Y por fin logré situarme en ese estado de intemporalidad que produce los viajes. El constante consumo de marihuana hace de la travesía algo agradable, cálido, confortante y fascinante. La arena, blanca y delicada como la piel de un albino, se escabulle entre mis dedos como si mis pisadas dolieran. El mar, calmo, se pierde en el horizonte; se camufla, y se mezcla con el cielo, generando una visión algo confusa. Los morros, impenetrables, guardan millones de espécies en todo su espesor, y tornan siniestro y estremecedor el solo situarse frente a ellos (no quiero describirles lo que es atravesarlo). Se sienta, enciende uno, y disfruta del paisaje.
- Turista, eh? -pregunta un tipo sentado al lado suyo. De donde salió? O es que no se habia percatado de su presencia al sentarse en esa playa tan caribenã.- Me convida una pitada?
- Claro, no veo porque no.
Una, dos, y se lo entrega, con cierta desconfianza de quien se encuentra en un lugar extranõ, sozinho y fumando.
- La gente por acá es muy liberal, sabe, pero tiene que tener cuidado con la policia militar, esos si te joden.
- Gracias, lo voy a tener en cuenta -contesta, con la intención de finalizar el encuentro.
- Te estoy cayendo mal? Si te jodo, me voy.
- No, para nada- "Hipócrita!" le grita algo en el oido.
- Genial. Mario es mi nombre, cualquier cosa que necesites, estoy en la barra de ese bar. Gracias por las secas.
Y como llegó, se fue. Pensó que se iba a tornar tedioso, mas fue una experiencia diferente.