Pobre Juan, que puede ver su cara y nada más

Juan era conflictuado, a tal punto que no podía comunicarselo a los demás. Y eso lo angustiaba profundamenta, cada vez más y más. Que nadie pudiese notar su enorme tristeza existencial, bajo esa capa superflua de alegría momentanea crónica. Si, eso era. Comunicarse no era problema (para él), lo difícil era que su interior se comunicara. Dudaba, eludía responsabilidades, indirectamente, porque lo que el quería era mostrarse como un bohemio, despreocupado, artista, creativo e inteligente. Pero cuando ese inmundo telón superficial e hipócrita bajaba, podiase ver lo despreciable que resultaba su núcleo, su mundo interior, su alma. Llena de miedos e inseguridades. Por dentro (en lo más adentro posible) era el típico infeliz (literalmente hablando), privado de sus libertades por nudos de corbata y horarios de oficina. Pero él no quería eso, siquiera en lo más profundo de su ser (más profundo que antes). El quería sentirse como Jimmy McArthur, su ídolo, armoniquista verdaderamente bohemio, despreocupado, artista, creativo e inteligente. Y conflictuado. Y cómo! Y Juan quería tener veraderos motivos para sentirse triste, y conflictuado como "el Gran Jimmy" (así lo llamaba Juan). Por eso, por las noches, volcaba todo su animismo, todo su ser, dentro de ese cuaderno sucio y arrugado (como su remera)
, y se expresaba, quemando los demonios del pánico a la vida. Incineraba todos esos cadáveres que guardaba en sus más recónditos espacios de su cuerpo, de su mente. Mientras escribe, los cigarrillos desfilan por la pasarella de su boca, uno tras otro, encendiendo siempre el siguiente con la colilla del anterior.